LA REENCARNACION y EL MATRIMONIO
por Chico Xavier
por Chico Xavier
Pregunta No. 167 de << El Libro de los Espíritus - ¿cual es el objeto de la
reencarnación? >>
<< Respuesta - la expiación y mejoramiento
progresivo de la humanidad. ¿dónde estaría sin esto
la justicia?>>
Es dolorosa sin duda, la unión considerada infeliz.
Es claro que no es obligatorio para nadie soportar
las dificultades que su pareja le genera,
considerando que todo espíritu es libre para tomar
sus propias decisiones. Lo normal es que se
conquiste un equilibrio suficiente en los
matrimonios unidos por el compromiso afectivo,
para que no pierdan la oportunidad de encontrar su
verdadera liberación.
Indiscutiblemente las deudas que tenemos son
anotadas en la contabilidad de la vida; aún antes de
que la vida lo manifieste hacia fuera, graba en
nosotros mismos el monto y las características de
nuestras faltas.
La piedra que arrojamos al prójimo tal vez no regrese hacia nosotros de la misma forma, más permanece con nosotros en la figura del sufrimiento. Y, cuando no eliminamos la causa de la angustia, los efectos de ella perduran por siempre en nosotros, y la molestia no se extingue en forma definitiva, si no eliminamos el origen del mal.
En las uniones terrenales encontramos grandes alegrías; pero también dentro de ellas es donde habitualmente nos hallamos enfrentados a las más duras pruebas. Esto debido a que no nos damos cuenta de inmediato o no vemos en el compañero o compañera, los reflejos de su vida íntima. Es natural que todas las uniones afectivas en el mundo se nos muestren como jardines encantadores, recordándonos libros de educación cuya carátula nos muestra los objetivos a alcanzar. La existencia física, mientras tanto, es un proceso especifico de evolución, en el transcurrir del tiempo, y así como el alumno no tiene meritos por solo su impecable presentación personal en la escuela o colegio que se educa, al igual el espíritu encarnado ningún provecho recogerá de su vida matrimonial si no pasa del simple noviazgo. Los principios kármicos se desarrollan con el tiempo; pruebas, tentaciones, reconciliaciones, o situaciones expiatorias surgen en el momento preciso, en el orden en que nosotros recapitulamos las oportunidades y las experiencias, como ocurre con la semilla, que, debidamente plantada, ofrece el fruto en un determinado tiempo.
El matrimonio puede ser antecedido de la dulzura y de la esperanza, pero esto no impide que en los días subsiguientes, en su marcha incesante traiga a los cónyuges los resultados de sus propias creaciones del pasado.
El cambio espera a todas las criaturas en los diferentes caminos del universo, con el objeto de que la renovación nos perfeccione. La joven suave que hoy nos fascina, para la unión afectiva, en muchos casos será talvez mañana la mujer transformada, capaz de imponernos tremendas dificultades para la conquista de la felicidad; pero, esa misma joven suave fue, en el pasado – en existencias pasadas –, la victima de nosotros mismos, cuando le infringimos los golpes de nuestra deslealtad e imprudencia, convirtiéndola en la mujer temperamental ó infiel con la cual nos toca ahora convivir y compartir nuestra existencia para rectificar el pasado. El muchacho que atrae en el presente a la compañera para los lazos de la comunión más profunda, muchas veces será probablemente el hombre cruel y desorientado, susceptible de obligarla a llevar todo un calvario de aflicciones o de penas incompatibles con las ansias de felicidad que palpitan en su alma. Ese mismo muchacho, fue en el pasado – en existencias que ya pasaron – la victima de ella misma, cuando, caprichosa e imponente le desfiguro el carácter transformándolo en un hombre vicioso e hipócrita al que ahora debe tolerar y reeducar. Siempre que amamos a alguien y nos entregamos a el, en comunión sexual, ansiamos apartarnos de ese alguien, para después – solamente después - encontrar en ese alguien los defectos que antes no veíamos, y nos hallamos frente a la criatura anteriormente dilapidada por nosotros, y que nos hiere justamente en los puntos en que nosotros la perjudicamos, en el pasado; y no solo nos exige el pago de nuestras deudas sino que, nos pide comprensión, asistencia, tolerancia y misericordia, para así rehacernos ante las leyes del destino. La unión supuestamente infeliz deja de ser por lo tanto, una cárcel de lágrimas y pasa a ser una escuela bendita, donde el espíritu equilibrado y afectuoso, lejos de desertar, acepta, siempre que le es posible, al compañero o la compañera que mereció o que necesita, con el fin de liquidar sus deudas de acuerdo al principio de causa y efecto, liberándose así de las sombras que ayer se levantaron, en victoria silenciosa sobre si mismo, hacia los dominios de la luz.
La piedra que arrojamos al prójimo tal vez no regrese hacia nosotros de la misma forma, más permanece con nosotros en la figura del sufrimiento. Y, cuando no eliminamos la causa de la angustia, los efectos de ella perduran por siempre en nosotros, y la molestia no se extingue en forma definitiva, si no eliminamos el origen del mal.
En las uniones terrenales encontramos grandes alegrías; pero también dentro de ellas es donde habitualmente nos hallamos enfrentados a las más duras pruebas. Esto debido a que no nos damos cuenta de inmediato o no vemos en el compañero o compañera, los reflejos de su vida íntima. Es natural que todas las uniones afectivas en el mundo se nos muestren como jardines encantadores, recordándonos libros de educación cuya carátula nos muestra los objetivos a alcanzar. La existencia física, mientras tanto, es un proceso especifico de evolución, en el transcurrir del tiempo, y así como el alumno no tiene meritos por solo su impecable presentación personal en la escuela o colegio que se educa, al igual el espíritu encarnado ningún provecho recogerá de su vida matrimonial si no pasa del simple noviazgo. Los principios kármicos se desarrollan con el tiempo; pruebas, tentaciones, reconciliaciones, o situaciones expiatorias surgen en el momento preciso, en el orden en que nosotros recapitulamos las oportunidades y las experiencias, como ocurre con la semilla, que, debidamente plantada, ofrece el fruto en un determinado tiempo.
El matrimonio puede ser antecedido de la dulzura y de la esperanza, pero esto no impide que en los días subsiguientes, en su marcha incesante traiga a los cónyuges los resultados de sus propias creaciones del pasado.
El cambio espera a todas las criaturas en los diferentes caminos del universo, con el objeto de que la renovación nos perfeccione. La joven suave que hoy nos fascina, para la unión afectiva, en muchos casos será talvez mañana la mujer transformada, capaz de imponernos tremendas dificultades para la conquista de la felicidad; pero, esa misma joven suave fue, en el pasado – en existencias pasadas –, la victima de nosotros mismos, cuando le infringimos los golpes de nuestra deslealtad e imprudencia, convirtiéndola en la mujer temperamental ó infiel con la cual nos toca ahora convivir y compartir nuestra existencia para rectificar el pasado. El muchacho que atrae en el presente a la compañera para los lazos de la comunión más profunda, muchas veces será probablemente el hombre cruel y desorientado, susceptible de obligarla a llevar todo un calvario de aflicciones o de penas incompatibles con las ansias de felicidad que palpitan en su alma. Ese mismo muchacho, fue en el pasado – en existencias que ya pasaron – la victima de ella misma, cuando, caprichosa e imponente le desfiguro el carácter transformándolo en un hombre vicioso e hipócrita al que ahora debe tolerar y reeducar. Siempre que amamos a alguien y nos entregamos a el, en comunión sexual, ansiamos apartarnos de ese alguien, para después – solamente después - encontrar en ese alguien los defectos que antes no veíamos, y nos hallamos frente a la criatura anteriormente dilapidada por nosotros, y que nos hiere justamente en los puntos en que nosotros la perjudicamos, en el pasado; y no solo nos exige el pago de nuestras deudas sino que, nos pide comprensión, asistencia, tolerancia y misericordia, para así rehacernos ante las leyes del destino. La unión supuestamente infeliz deja de ser por lo tanto, una cárcel de lágrimas y pasa a ser una escuela bendita, donde el espíritu equilibrado y afectuoso, lejos de desertar, acepta, siempre que le es posible, al compañero o la compañera que mereció o que necesita, con el fin de liquidar sus deudas de acuerdo al principio de causa y efecto, liberándose así de las sombras que ayer se levantaron, en victoria silenciosa sobre si mismo, hacia los dominios de la luz.